Domingos Impares #39

Santiago

Emprendí otro viaje sola, esta vez a Chile, para participar de un visionado de proyectos, en el festival de fotografía de Valparaíso. Voy a presentarme con este proyecto, Domingos Impares, para ver qué otra forma puede ir tomando y darle expansión. Tu lectura en estas entregas es, en parte, lo que le viene dando sentido, asi que quiero compartirte mi alegría y agradecerte por estar acá.

Viajar sola es una experiencia que me entusiasma y me pone a prueba. La estructura está adentro y la construcción de las vivencias están en mis manos. El lugar puede ser bonito, deslumbrante o desafiante, pero el viaje es también interno: un estado mental y espiritual.

Los primeros días comenzaron en Santiago, donde no buscaba hacer grandes cosas, no planeé demasiado, pero sí estaba entregada a encontrarle el corazón a esta ciudad que no conocía. El verdadero reto es que para encontrarlo hay que estar con el corazón propio listo para sincronizar.

Un reloj antiguo marca la hora de salir a recorrer. Me gustaría ser hombre para no sentir la vulnerabilidad de estar en un barrio céntrico en días feriados, especialmente de noche. Ante lo desconocido, aparecen las creencias.

No, basta.

Santiago de Chile, quiero conocer tu corazón. Por dónde empezar. Descubrí que la bicicleta es una suerte de patria, así me surgió pensarlo, porque ante la desorientación, pedalear es sentirse en un andar firme, seguro y familiar. Busqué a Santiago en barrios bonitos y dorados, en cafecitos y en rincones callejeros. Miré mucho las casas antiguas, hermosas, pero no podía palpar su alma.

Al tercer y último día, desde la cima de un cerro, la pude ver. Estaba presente pero opacada por la vorágine citadina. Es que el alma de Santiago, al menos para mí, es el abrazo de la montaña. Las múltiples cimas precordilleranas, que también me abrazaron a mí y ahí sí, sincronizamos.

Si llegaste hasta aquí, ¡Gracias!

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Hasta el próximo Domingo Impar 🙂