Comienzo de una temporada, una primavera breve y el vestigio de las flores fugaces.

Un cielo estrellado, con los astros bien cerca. Una constelación de cicatrices, donde encaja justo la yema del dedo, ásperas al tacto. Es una superficie endurecida, algo erosionada. Donde antes hubo flores, queda la reparación. Aunque inesperada, una oportunidad.

Salutación a la magia del destino, que resulta magnífica a la luz del sol. Surge la necesidad de nutrir la piel seca, porque en medio del desierto es preciso encontrar el oasis, y saciar la sed de vida. 

El paso del tiempo deja sus huellas. Es oportuna una tregua, sentarse al lado del manantial, rodeada de verde y hacer un convenio con los vestigios impresos en el cuerpo. Un reparo. Estar en paz.