Después de unos meses en Brasil volví a Córdoba, pero no a la ciudad donde nacida-y-criada sino que, por primera vez, pasé de largo a vivir al lado de la montaña, lejos del caos que acomoda y me espanta a la vez, para sentir el frío de la primera nevada del año, el silencio extremo e intentar escuchar más los latidos de mi corazón.

Una vez leí una crónica que contaba sobre el silencio en una isla remota y polar, era tan absoluto que se podía sentir el ruido del corazón traccionando, una sensación abrumadora e imposible. Me pregunto cómo puede ser que el sonido interior resulte, de repente, impropio y confuso.

El vacío súbito, inesperado.

En la urgencia por hacer algo, salgo a tomar aire, nutrirme del sol y cierro los ojos para buscar dentro. No quiero asustarme con ese silencio enorme sino, en todo caso, entender su grandeza y descansar del peso de la nada.