Domingos Impares #37
Portarretrato
Las puertas abiertas cada tanto traen el aroma a pitanga y algunos otros olores no deseados. Es que aquí, el vecindario donde estoy, no tiene silencio. Hay un paisaje sinestésico imposible de ignorar. Cantos de gallos empalman con el perro encerrado y desesperado; el acelere de las motos en la avenida que está cerca; el sermón apasionado de la pastora que escucha la vecina, los colores de las flores y los frutos de los árboles, la humedad en la sal, el mar que no se escucha pero que se siente cerca.
Hoy salí a caminar y a buscar una imagen para esta entrega. Tomé una calle que está al lado de mi casa, pero que nunca había recorrido porque es una subida muy empinada y asumía que no llevaba al mar. Aquí las calles no tienen lógica: la que elija me va a llevar a un destino impensado.
Paso lento, pero firme. Esa es mi técnica para aguantar un camino en pendiente, mientras y respiro hondo y escaneo todo mi alrededor, curiosa, en exploración.
El desvanecimiento de la avenida y la cercanía con el cielo abrieron lugar a los sonidos más suaves y pequeños. Las pisadas de mis sandalias contra el suelo, el ahuyento de los animales invadidos, el roce sutil de las hojas que se chocaban.
El vínculo con el entorno poco tenía que ver con la playa y el agua, hacía mucho calor, había pocas casas al principio, ninguna después. Quietud y susurro. Verde, verde, verde y acentos de otros colores brillantes que me exaltaban a mí y a mi cámara. Las plantas en su reino, algunas siendo brotes y, otras, vestigios del paso del tiempo. Rastros y gestos de vidas.
Un hueco en una hoja de una piteira, evidencia de una erosión, se vuelve una mirilla para pispear. Un espacio despejado para atravesar, para llenar, para enmarcar con un retrato de un follaje. Un portarretrato de un hallazgo. Lo ilumino con mi espejo porque quiero evidenciarlo: no necesariamente es un vacío.
Si llegaste hasta aquí, ¡Gracias!
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Hasta el próximo Domingo Impar 🙂