Domingos Impares #27

180 grados

Tengo las manos frías. Primero escribo a mano porque me gusta la idea de imprimir la huella de mis pensamientos. Pero mis manos endurecidas van a dibujar una caligrafía que, de a acá a un tiempo, no voy a entender. 

Esto me obliga a desacelerar las ideas. Estas bajan al papel, pero lentamente. Se amontonan en mi mano, tengo apuro porque se quieren evaporar, aunque igual es una obligación sentirlas desfilar y acomodarse tranquilas en cada letra escrita. 

Una desaceleración obligada. Está bueno porque vengo pensando en la rapidez, no como un método resultadista sino como una sensación o una fuerza mayor. El tiempo dura definitivamente menos.

En una caminata ardua, en una subida de montaña, llega un momento en el que me detengo y me doy vuelta. Miro hacia atrás. Una panorámica sorpresiva, inesperada. Una perspectiva que por no mirarla no tenía entidad. Se me aparecen todas las frases trilladas y cursis respecto a la intención, el abrazar el proceso y las decisiones tomadas. Me molesta ser tan trillada, pero estoy de acuerdo con todas, qué le voy a hacer.

Una lluvia apacible me calla la cabeza. Toca buscar amparo y esperar. El frescor en la cara. El tiempo pasa, pero esta vez es con los ojos en reposo, para ir y venir en la línea de tiempo, en búsqueda de paisajes archivados.


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Hasta el próximo Domingo Impar 🙂