Todas las mañanas me levanto, abro la ventana para airear la habitación, voy al baño, saludo a mi gata, vamos juntas a la cocina para darle su desayuno y me preparo mi té de llantén mientras ella come los trozos de hígado que le preparé el día anterior. Cada día es una rutina calcada. Todo va alineado. 

A continuación hago algunos ejercicios de fuerza, me ducho, hago los mates y me voy a trabajar a la habitación de arriba.

De repente, es como si haberme elevado en altura me diera vértigo. Se desvanece el orden. Me recuerdo que esta es una nueva vida: mi gata y yo.

Busco reflejos en todo, menos en los espejos. Pregunto, pregunto, pregunto. Las respuestas no aparecen. Señales, todas pueden ser, como un prisma y sus infinitos espectros. Quiero atraparlos a todos, pero no me aguanta el cuerpo ni la emoción.

Un suspiro espontáneo, un grito cantado y catártico, apaga los haces de luz y mis ojos retoman la pantalla, la mesa de trabajo y el teclado. 

Buen día, en qué te puedo ayudar.