Domingos Impares #57

Calar hondo

No tengo ganas de hacer nada. Siento los músculos caer, como si se derritieran. Es un peso suave que provoca la gravedad. Un desgano poroso, permeable a la tristeza.

Salí a caminar, a deambular con la cámara, esta vez en la ciudad de Córdoba. El rumbo es marcado no solo con el ritmo de los pasos contra las baldosas, sino con el pulso del corazón. No hay una dirección marcada, pero es mi barrio de toda la vida, asi que al mapa lo tengo grabado en cada célula.

Siempre renegué un poco de la ciudad, sobre todo en el último tiempo, donde todo se ha vuelto tan hostil y sensible a cualquier detonante. Me reencuentro con la cotidianidad y las marcas del tiempo: casas venidas abajo, otras en venta, otras reformadas y las intactas; esquinas de kioscos y despensas que aún persisten. Los vecinos jubilados caminando despacito y los que mantienen el comercio de toda la vida. Mi escuela, segunda casa. Entré, Me acerqué a los jazmines y viajé por un segundo a alguna primavera entre 1998 y 2002. Me senté un rato y me sentí perteneciente. Pude llorar tranquila.

De vuelta a casa tomé una ruta más larga pero diferente, porque histórica vida de barrio nos acostumbra a los mismos caminos y atajos. Asi que desdibujé el mapa de mis células por un rato y dejé que el recorrido se armara solo. Pedí por favor toparme con algo bello, que siempre lo encuentro en la naturaleza, pero que me cuesta en medio de la ciudad, en un día nublado, solemne y mi cuerpo desganado. 

Cuando estaba por terminar el recorrido, con poco material satisfactorio en mi cámara, me encuentro con un jardín de calas. Cautivantes. Aplaudo porque no había timbre y pido permiso a la vecina para hacer unas fotos, quien escondida en la puerta entreabierta de su casa me dice desconfiada: . Entonces hago algunos disparos con un poco de inhibición y me voy urgente. Mis pasos apurados se ven interrumpidos por el llamado de la vecina. Acaso tendré que dar explicaciones u ofrecerle las fotos. Cuando finalmente me acerco, su brazo estaba estirado sosteniendo un ramo de calas. Un gesto mínimo, una señal de amor enorme. Para vos, dijo.

Terminé el recorrido con tremenda emoción. Va a estar todo bien.


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Hasta el próximo Domingo Impar 🙂